El jueves tuve la suerte de asistir a la “mesa redonda” que
organizó la Fundación Príncipe de Asturias entre los actos de celebración de
los Premios de este año 2014.
Cuando en primavera se anunció el premio a Frank Gehry sentí
pena, una pena ya resignada con los Premios desde que dio un giro en su política de selección de premiados.
No entiendo que se premie a alguien por tener éxito en lugar
de premiar por el esfuerzo para lograr el éxito. Cada año alguno de los premios
se ajusta (imagino que por vocación de publicidad) al primer tipo, y este año
le toco al de las Artes, a Gehry.
Desde que se anunció el premio le llovieron públicamente las
críticas que estaban latentes en la profesión por representar, de manera
indudable, el tipo de arquitectura que abominamos la mayor parte de los
arquitectos y que, además, se hace protagonista ante la sociedad. Hablando en
plata, nos da “mala fama”.
En estos tiempos de cambio, el Premio hubiera sentido el
aliento de miles de arquitectos de todo el mundo si se hubiera premiado a un
arquitecto comprometido con la sociedad, con los presupuestos ajustados, con
visión largoplacista, qué sé yo…
Pero le tocó a un arquitecto divo cuyo mérito es el éxito,
no el camino. Y claro, la reacción del divo cuando ya casi llega a la meta,
exhausto de declaraciones que contradicen su trayecto es un exabrupto. En la “mesa
redonda” del jueves, justo a continuación, se encontró un público frío que no
estaba al tanto, en general, de la rueda de prensa de la peineta. Y muchos
íbamos un poco como si hubiera sido Springsteen por si cae un autógrafo, y por
ver a Moneo que siempre nos da mucho gusto escucharle.
Da un poco de risa pensar que escuchamos a Gehry dar lecciones
del valor de la responsabilidad, de lo bajos que son sus presupuestos (¡cielos!)
o de su entrega a la responsabilidad social corporativa de su empresa. Y Moneo
aportó poco, pero para mí dijo lo más importante. Me gusta pensar, como fan,
que era una aportación con intencionado doble sentido: quería irse, porque la
silla era muy moderna, espectacular, pero quería irse porque le parecía una
mala silla.